Qué partido. Qué partidazo. Hace mucho no veía un encuentro tan empcionante en la Premier League. Estuve casi todo el tiempo al borde del sofá donde me encontraba viendo el partido. Creo que fue más que todo en el segundo tiempo. Fue un partido de infarto. Manchester Utd. comenzó ganando al minuto 2 con gol de Wayne Rooney, un gol sorpresivo porque el partido apenas comenzaba. Manchester Utd. siguió jugando bien, pero al minuto 16, tras un error de el portero, Garreth Barry anotó el gol del empate. Fue un golpe para el United, pero el equipo siguió insistiendo, hasta que llegó el segundo gol en los primeros minutos de la segunda parte, con un cabezaso de Darren Fletcher después de un centro de Ryan Giggs. Pero de nuevo el City anotó por medio de Bellamy. United comenzó a acrooralar a su rival y logró ponerse en ventaja con otro tanto de Fletcher. Pero, cuando todos creían (incluso yo) que los tres puntos estaban en el bolsillo, llegó un error de Ferdinand al minuto 89, que aprovechó Bellamy, decretando de nuevo el empate 3-3. Los siguientes minutos los pasé con el corazón en la mano, esperando que un milagro salvara al United. Y llegó. Al minuto 95, cuando las esperanzas estaban perdidas, apareció el gran salvador del partido: MICHAEL OWEN. Tras un pase magistral de Ryan Giggs, Owen definió con su pierna derecha con un toque sutil y le devolvió el alma al equipo y a los aficionados en Old Trafford (y del resto del mundo, claro). Celebración eufórica en el banco, en las gradas y en la cancha. Casi me quedo sin voz cuando llegó ese gol, tenía ganas de meterme entre la pantalla del TV y llegar a Old Trafford a celebrar. Dos o tres minutos después, el árbitro dio el pitazo final, decretándose así a Manchester United como el ganador del encuentro.
